domingo, 7 de abril de 2013


Un destello, impaciente, quiebra mis oídos.

Un destello.

Uno.

Se apodera por un segundo de un suspiro.

Dame la vuelta, que me he dejado las alas por el camino.
Quiero echar a andar donde nunca antes,
atrás , mirar a los ojos y achicar los huecos derruidos.

Gira por un momento el corazón, algo cabreado.
Se ha descuidado y no quiere hablarme. Está deshecho,
no tiene miedo. No tiene sueño. No está cansado.

No está.

Dame la vuelta, rápido, gírame, deshazme.
Quiero correr y recobrar el aliento, que se me ha caído.

No está. Se ha perdido. Se ha ido. No volverá jamás. Abre los ojos. Escucha. No hay nada, quedo sola.

Basta, ya no quiero girarme. Ya no quiero recoger las alas del suelo. Queman. Derriten el corazón obstruido, saturado de melancolía, fraguado en la desesperanza de lo que no queda y lo que nunca estuvo.

Me acuno. Me abrazo. Me achico en mis sueños escondidos. No quiero volver a abrir los ojos. No hay ya, nada que ver en este mundo estrellado.

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